miércoles, 7 de mayo de 2014

Never ever ever

Creo que justo después de terminar con alguien, uno inevitablemente sostiene la ridícula (y estúpida) creencia de que quizás podrían volver y hacer que todo funcione.
Ilusa ilusión.
NO.

El problema es que por mucho que uno sepa que la cosa ya murió para siempre sin oportunidad de resucitación (ni reencarnación), esa ilusa esperanza se conserva por un tiempo.
Muy dentro de uno.
En un pequeño congelador de sentimientos que los preserva intactos, hasta que decidimos sacarlos para que deshagan (del polvo al polvo y esas cosas, supongo)

Este período de sentimientos congelados puede variar; aunque normalmente tiene que ver con el tiempo que estuvieron juntos, la intensidad de la relación y (a veces) si es que ya se tenía un reemplazo listo afuera del ring.
Cada relación es diferente; no juzgo.

En mi caso, esos sentimientos se mantuvieron congelados y bien preservados por a lo menos 1 mes con Baz, y a lo menos 10 meses con Ingeniero Sin Nombre (ISN).
Con Baz, abrí el congelador cuando me di cuenta de que lo más probable era que ni siquiera nos viéramos en un tiempo cercano.
Con ISN, el congelador se abrió (y cerró y abrió y cerró y abrió, para finalmente explotar en mil pedazos) algo así como 1 año después de la ruptura.

Y hace un par de días, cuando me sentía muy sola (probablememte en mis días complicados) y quería desesperadamente un abrazo (o chocolate, es difícil ver la diferencia), casi consideré parchar el congelador con los antiguos sentimientos.

Pero no.
Me obligué a recordarme que el congelador ya no existía.
Así como en la Matrix: "no hay cuchara", no hay congelador, no hay sentimientos, porque nunca vamos a volver.
Nunca jamás de los jamases.
Aun cuando no me convenza de que sea una buena idea...

Y aquí la canción que ilustra la historia de mi congelador, gracias Taylor Swift :)



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